Derrumbadas en mares de almohadas, se sacudieron las pestañas. Eran como 35 (por sólo decir un número). Parecían un tanto deserticas, dramáticas y un poco boluptuosas, con rebeldes nudos mentales. Poseían una ligereza profunda, espaciada por su mismo rebote. Fluían con el oleaje del viento, y las olas de la marea aerea. Orgullosas y suavemente rasposas. Caminantes entre lo peinado y despeinado. Esferas de lo sobrante y perturbado. Todas ellas, todas nuestras, todas suyas, todas unas: bolas de pelos.
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